martes, 22 de diciembre de 2015

El propósito de celebrar Navidad.




Por Rick Warren

“Cuando se cumplió el tiempo, Dios envió a su Hijo, que nació de una mujer, sometido a la ley de Moisés” (Gálatas 4:4. La Biblia)

Hablar de Navidad es hablar de salvación. Si ahora hiciéramos una encuesta entre las personas que no conocen a Dios, preguntándoles qué es la salvación y de qué necesitan ser salvados, las respuestas podrían ser parecidas a estas:

De las deudas que tengo
De trabajar tantas horas y ganar poco dinero
De la inseguridad en el lugar donde vivo
De mi pasado, que me tiene atado
De mis enemigos

Pero la salvación es mucho más. No sólo somos salvados de algo malo, sino que somos salvados para algo bueno. Dios tiene un propósito extraordinario y un plan para bendecir tu vida. La salvación también significa que recibes la libertad y el poder para cumplir el propósito de tu vida.

El anuncio de la salvación para todo aquel que quiera aceptarlo, es la segunda declaración en el mensaje de Buenas Noticias que el ángel les da a los pastores de Belén en la primera Navidad: «Hoy les ha nacido un Salvador, que es Cristo el Señor» (Lc.2:11 NVI).

Este Salvador es para ti. Él vino por tu bien.

Jesús es un Salvador personal. ¿Qué significa eso?

Es probable que no hayas pensado mucho en tu necesidad de un Salvador o de qué necesitas ser salvado.
Cuando la gente piensa en la salvación espiritual, con frecuencia tiene un concepto muy estrecho: piensan que la salvación sólo consiste en salvarse del infierno, o en encerrase todo el día en una iglesia.

Sin embargo, cuando Dios envió a Jesús para que fuera nuestro Salvador, tenía en mente mucho más que eso. El regalo de la verdadera salvación de Dios es la libertad, el propósito y la vida en tres dimensiones. Incluye tu pasado, tu presente y tu futuro.
Jesús te salva de algo.
Jesús te salva para algo.
Jesús te salva por algo.

Jesús vino a salvarte del pecado y de ti mismo.

¿Estás de acuerdo conmigo en que TÚ eres la causa de la mayoría de tus problemas? Incluso cuando otras personas te causan problemas, tu respuesta natural con frecuencia los empeora. Si fueras sincero contigo mismo, reconocerías que tienes hábitos que no puedes romper, pensamientos que no deseas tener, emociones que no te gustan, e inseguridades y temores que no puedes ocultar; sin mencionar los remordimientos y los resentimientos que te tienen atrapado, además de todas aquellas cosas que desearías no haber dicho jamás.

Para que se produzca un cambio, éste debe comenzar en tu corazón.

Todos nacemos con una inclinación natural de seguir nuestro propio camino, en lugar del camino de Dios. Esta tendencia a elegir de forma equivocada, en lugar de tomar las decisiones correctas, se llama pecado.

Pecado es cualquier pensamiento o acción que le niega a Dios el primer lugar en mi vida; un lugar que Dios tiene todo el derecho de ocupar. El pecado es nuestro mayor problema y es un problema universal. Tú y yo pecamos todos los días con nuestras palabras, pensamientos y acciones. La Biblia dice: “Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros. Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a Él mentiroso”.

Lo peor es que el pecado crea un hábito. Cuanto más lo hacemos, tanto más fácil nos resulta. Si alguna vez trataste de abandonar una adicción, mantenerte a dieta, o cambiar tu vida, apoyándote tan sólo en tu fuerza de voluntad, sabes lo frustrante que es eso. Consciente e inconscientemente, nuestras acciones proclaman: ¡No necesito a Dios, quiero regir mi propia vida y ser mi propio Dios!

Siempre que uno hace lo que quiere, en lugar de hacer lo que Dios le dice que haga, actúa como si fuera Dios. Esa lucha con Dios crea enormes conflictos y estrés en la mente, en el cuerpo y en las relaciones. Esta actitud de obstinación orgullosa genera que te desconectes de Dios y te sientas lejos de Él y que tus oraciones rebotan en el techo.

Si te sientes lejos de Dios, ¿adivina quién se ha distanciado?

La Biblia dice: “El problema está en que sus pecados los han separado de Dios”. Nuestra desconexión de Dios nos causa preocupación, temor, ansiedad, confusión, depresión, conflicto, desaliento y vacío interior. Nos lleva a actuar de manera que engendra culpa, vergüenza, resentimiento y pesar. Dios no te creó para que vivieras desconectado de Él, por eso, cuando esto ocurre, sufres tensión y te sientes espiritualmente vacío.

¿Quién puede salvarnos? El gobierno no puede; tampoco las empresas privadas ni los centros académicos pueden salvarnos. Estas entidades sólo pueden ocuparse de los síntomas y resultados visibles del pecado pero cualquier solución duradera debe empezar en el corazón, y sólo Dios puede transformar los corazones. Él sí puede salvarte. Él desea hacerlo. ¿Se lo permitirás?

Extracto del libro “El Propósito de Celebrar la Navidad”